León Tolstói fue un novelista, autor realista y pensador moral y social ruso, nacido en 1828. Quedó huérfano a una edad temprana y fue educado por diversos tutores franceses y alemanes, quienes no imponían demasiada exigencia sobre él. Tolstói declaró que en su juventud, además de tener malos rendimientos académicos, carecía de cualquier convicción moral y religiosa y se dejaba sucumbir por el alcohol, los placeres y las pasiones. En el Ejército ruso descubrió su predilección por los paisajes que puso observar en sus misiones, derivada posiblemente de la atracción que en su infancia manifestaba hacia la naturaleza. Tras ser destinado en la guerra de Crimea, decidió abandonarlo y dedicarse exclusivamente a la escritura, con la que ha dejado un legado que llega hasta nuestros días y seguro se prolongará durante los próximos siglos por la universalidad y atemporalidad de sus reflexiones. Vivió sus últimos años con pobres campesinos en la Yásnaia Poliana, su lugar de nacimiento, trabajando como zapatero y recogiendo limosna, predicando con el ejemplo de su doctrina de la pobreza y absteniéndose, además, del alcohol y el tabaco. Murió en 1910 a causa de una neumonía en la estación de ferrocarril de Astápovo.
A lo largo de su existencia manifestó actitudes obsesivas acerca de diversos aspectos, como bien pueden ser su incansable lucha por encontrar la verdad o por alcanzar la perfección (algo imposible para cualquier ser humano si se pretende hacer a todos los niveles) y, como consecuencia, su voluntad de no atenerse a sus necesidades y sus pasiones (como había hecho en una temprana etapa de su vida), sino de encontrar una explicación racional para todo. Experimenta también un gran dilema personal entre lo correcto y los ideales, cómo vive y cómo debería vivir, lo que piensa y lo que hace… Entiende esta lucha interna como un defecto, lo que lo lleva a debatirse entre la aceptación de sus propios errores y el alcance de una salvación personal (en la que utilizará a sus seres cercanos como peones para alcanzar su objetivo), es decir, hasta en los momentos en que comprende que su filosofía no es soportable para ningún ser humano, por las ya mencionadas exigencias imposibles que esta plantea, se debate entre dos aspectos que lo devuelven al punto de partida: el deber y el querer. Todo esto lleva a sus obras a ser protagonizadas por personajes que representan su existencia (el problema del matrimonio y la infidelidad, el idealismo, la traición…), como bien podemos ver en el caso de Iván Ilich, un hombre que sufre desacuerdos con su mujer, es traicionado por sus conocidos (a los que solo les interesa su estatus social) y se cuestiona al final de su vida si el transcurso de esta ha sido como debía.
El pensamiento de Tolstói fue uno de los más influyentes para el desarrollo de las corrientes ideológicas del siglo XIX, que luego tomaron fuerza en el XX, llegando el escritor a ser considerado por algunos como un “profeta” por las soluciones universales que aportó para los problemas de la sociedad de su tiempo, las cuales perduran hasta el día de hoy.
Las obras de Tolstói son las que a más lenguas se han traducido en la historia, únicamente por detrás de La Bilblia, Shakespeare y Cervantes, y cada una de ellas requiere ser analizadas desde un punto de vista personal antes de pasar al social. Algunas de las más conocidas son Guerra y paz (1869) y Ana Karenina (1877), aunque también tienen especial relevancia muchas otras, como ¿Cuánta tierra necesita un hombre? (1886) o La muerte de Iván Ilich (1886), sobre la que tratará esta entrada.
Algunas de las influencias del autor fueron Rosseau, Sterne, Stendhal o William Thackeray.
Una vez dado a conocer, a grandes rasgos, al autor de La muerte de Iván Ílich, pasaremos a analizar la obra, para lo que he querido centrarme especialmente, no solo en los sentimientos del protagonista (aunque, al fin y al cabo, son una parte fundamental de la obra), sino también en las actitudes del resto de personajes hacia él, que son realmente lo que le conducen a manifestar unos u otros pensamientos y formas de actuar. Para ello, no haré un análisis de cada capítulo a nivel individual, pero sí que me gustaría recalcar aspectos fundamentales de cada uno a medida que avancemos en la explicación de la historia.
La historia comienza con un Iván Ilich ya fallecido y el conjunto de sus familiares y conocidos preocupándose únicamente por la repercusión que tendrá en sus propias vidas la muerte del protagonista (herencia de capital, puestos de trabajo vacantes, etc.). Aquí se muestra por primera vez el interés en el que se basan todas las relaciones (o la mayoría de ellas) que Iván Ilich establece en su vida. Algunas de sus amistades sienten también complacencia al darse cuenta de que, estando en unas condiciones similares a todos los niveles, no son ellos los muertos sino aquel del que decían considerarse amigos. Además de que a estos no les importa el fallecimiento si no es para tratar temas laborales, su mujer muestra una total falta de empatía que, además, se refleja en la victimización que hace de sí misma («¡Ay, cuánto he sufrido!»).
A partir del segundo capítulo ya comienza a tratarse la vida del protagonista como tal, dando a conocer algunas características de su personalidad, su juventud, su modo de trabajar, etc. Se describe su vida como «sencilla y bastante común, y al mismo tiempo extremadamente horrible» y a él como «le phénix de la famille», un hombre «listo, vivaz, agradable y discreto», profesional en lo laboral y estricto en el cumplimiento del deber, aunque en su juventud había llevado a cabo actos deplorables. Respecto a esto último, Tolstói hace hincapié en la rúbrica francesa «il faut que jeunesse se passe», lo que me lleva a pensar que podría tener relación con su alocada juventud sin una dirección concreta y la cual vivió a la ligera, centrándose únicamente en el ocio. Volviendo a Iván Ilich, es de suma relevancia explicar la necesidad que este tenía de ser aceptado por aquellos pertenecientes a clases sociales altas, cuya opinión consideraba de tal importancia que basó gran parte de su existencia (por no decir casi toda) en complacerla, ya fuese alcanzando una situación económica concreta, realizando eventos al modo de estos sectores aristocráticos o como fuese necesario. Tanto era así que fue esta una de las razones para casarse con Praskovya Fyodorovna a pesar de no tener clara la intención de hacerlo, dado que decía sentir sumo agrado hacia ello, pero también que hacía «lo que consideraban correcto sus más engreídas amistades».
Aparecen los problemas por primera vez cuando la mujer de Iván Ilich comienza a sentir celos y a demandar su atención excesivamente, lo que generaba frecuentes discusiones que se salían de tono. Por esto, Praskovya Fyodorovna comienza a convertirse en un estorbo para su marido, cuyo malestar se acentúa con el nacimiento de su primer hijo y las dificultades de la paternidad, que le hacen necesitar cada vez más buscar una vía de escape(su trabajo) fuera de la, para él desagradable, vida familiar, donde infrecuentemente había alguna muestra de cariño.
En 1880, Iván Ilich es castigado y retirado de los futuros nombramientos posibles dentro de su ministerio. Su sueldo era insuficiente, por lo que (apareciendo de nuevo el interés explicado inicialmente) sus amigos ya no le quieren y se siente abandonado por todo su círculo. Su voluntad de querer asemejarse a las clases altas fue lo que le hizo vivir por encima de sus posibilidades y terminar estando escaso de dinero. A pesar de estos traspiés, Iván Ilich consiguió un nuevo trabajo con un sueldo mayor que le permitió darse los lujos que ansiaba: se compró una casa exquisita, soñada por todos, y la decoró a su gusto, pudiendo después invitar a esos amigos que recuperó junto a su buena situación económica. A pesar de esto, el protagonista siente que algo le falta incluso cuando está en el momento álgido de su vida, por lo que se siente insatisfecho constantemente. En este momento llega uno de los sucesos clave de la obra, un golpe que Iván Ilich se da al caerse mientras colocaba una cortina de su nueva casa, que da lugar a una metáfora que representa los bruscos cambios que puede experimentar la vida y que nos llevan desde una situación concreta (que puede ser grata, como en el caso de nuestro protagonista, o desagradable) al punto contrario sin que apenas nos lo esperemos. Aunque el dolor «se le pasó pronto», a partir de este momento la vida de Iván Ilich comienza a empeorar gradualmente y, aunque no haya una relación directa entre los dos hechos, es una clara representación de la metáfora explicada previamente. A pesar de este pequeño infortunio, el protagonista se sentía alegre y vigoroso y decía que la vida en aquel momento era «como debía ser: cómoda, agradable y decorosa».
Sin embargo, como ya he dicho, aquí es donde comienzan los problemas reales, los que darán a la historia una atmósfera de incomodidad e incertidumbre y una sensación de aflicción al lector. Iván Ilich comienza a sentirse enfermo, lo que afecta a su estado de ánimo y le hace iniciar frecuentes riñas con su mujer, a quien culpa de todo lo desagradable que les ocurre, terminando por generar un sentimiento de odio hacia ella que también se da por parte de Praskovya Fyodorovna, quien se autocompadece. Cuando su estado empeora acude a un médico que no termina de dejarle claro su problema ni el alcance de la gravedad de este y cuyos aires de superioridad le hacen reflexionar sobre cómo solía dirigirse él a los procesados durante los juicios, dándose cuenta de que su actitud no era la correcta y sintiendo malestar al pensar en ello, un malestar generado al ponerse en el lugar de aquellos a quienes seguramente les resultaba molesto ser tratados como él lo era por el médico.
A raíz de esto, Iván Ilich comenzó a estar deprimido y volvió a sentir una soledad que se mantendría junto a él en lo que le restaba de vida y que, además, iría aumentando con el paso del tiempo y su deterioro físico y psicológico. Manifestaba también un notable estado de ansiedad que le hace sentir una ira incontrolable, así como una gran dificultad para superar cualquier obstáculo. Desde entonces comenzó a perder el interés por su vida, la cual decía que, además de no tener sentido, estaba emponzoñada y emponzoñaba la de los demás, es decir, se sentía una carga para todos aquellos que le rodeaban, entre los que no había nadie que le comprendiese, lo que le hacía sentirse aún más desgraciado.
Pasado un tiempo, se dio cuenta de su empeoramiento y cuánto afectaba este a su aspecto cuando su cuñado lo miró tan sorprendido que no hicieron falta palabras para decir lo que se veía que pensaba. Iván Ilich era consciente de lo que ocurría, dado que constantemente se hacía preguntas sobre la muerte, aunque sus altibajos le hacían ver brillos de esperanza periódicos, pero fugaces. Él quería ser comprendido, que sus familiares sintiesen lástima, pero se sentía cada vez más solo al saber que esto no era así. Vivía sumido en un fuerte espanto cada vez que se atrevía a pensar en lo que le deparaba el futuro, pero rehuía hablar de ello al asumir que no lo entenderían, ni siquiera después de haberle preguntado algún familiar cómo se encontraba.
Sigue pasando el tiempo y empeorando la enfermedad, lo que le hace verse aún más desesperado y solo, al tener que aceptar una idea que ni siquiera podía entender, como se muestra en el siguiente fragmento, donde depués de aplicarse a sí mismo la Lógica de Kiezewetter llega a la conclusión de que no es comparable con su situación, dado que se describe al sujeto empleado (Cayo) como un hombre abstracto, mientras que él no lo era.
Con el aumento del dolor, crece también la atención que Iván Ílich pone en él, llegando a preguntarse si es eso lo único que existe, dado que no le dejaba ver más allá de su sufrimiento. Solo había dos cosas que le permitían evadirse parcialmente de su situación: visitar la sala donde tuvo el golpe y enfadarse con su mujer y su hija, quienes se alejaban cada vez más de un Iván Ilich que se ve solo enfrentando un problema ante el que solo puede pararse y temerlo.
A medida que avanza la historia, esta habla sobre un pequeño foco de esperanza que se encendía en la vida de Iván Ilich cuando este necesitaba determinados cuidados: Gerasim. Era un joven y alegre campesino, que se dedicaba a cuidar de su amo para ayudar al mayordomo. Desempeñaba sus labores muy correctamente y, aunque inicialmente suponía un estorbo par Iván Ilich, terminó siendo una parte muy importante de su vida, al ser el único con quien quería dejar de lado la soledad, dado que también fue el primero en sentir verdadera compasión por él. La empatía que el joven mostraba hacia el protagonista, al saber que su problema podía surgir en cualaquier vida de las personas que frecuentaban esa casa, así como en cualquier otra en el mundo, fue lo que hizo a Iván Ilich buscar de todas las maneras que este le acompañase el mayor tiempo posible. Consideraba que Gerasim «era el único que no mentía» y que, al contrario de los demás, decía las cosas como realmente eran, permitiéndole salir de ese colchón de mentiras que los demás le habían generado y que se iba haciendo más y más grande conforme iba pasando el tiempo. Otro momento que, a mi parecer, es clave en la historia se produce cuando se muestran realmente los sentimientos y las debilidades de Iván Ilich, eso momento en el que se dice que quiere ser acariciado y besado, que deseaba que llorasen por él y que le tuviesen lástima como se le tiene a un niño pequeño, lo cual rompe con los prejuicios de la época, por los cuales los hombres no podían expresarse libremente en este aspecto, y es que justo después se habla del «semblante severo, serio y circunspecto» que adoptaba al hablar con cualquier otra persona.
La vida de Iván Ilich seguía sin muchos cambios, sin contar la gravedad de su enfermedad, que seguía aumentando. Los días y las noches para él eran interminables, su propio físico le horrorizaba y consideraba mentiras y falsedades tanto las medicinas como cualquier tipo de procedimiento médico, aunque se sometía a ellos «como antes solía someterse a los discursos de los abogados, aún sabiendo perfectamente que todos ellos mentían y por qué mentían». Sin embargo, a pesar de este malestar insufrible que le provocaba, incluso, pérdidas de memoria, él mismo aseguraba que cualquier cosa era mejor que la muerte, lo que nos permite apreciar una dualidad de sensaciones acerca de ella que volverá a aparecer más tarde. Su mujer parecía ya una desconocida, dado que adoptó «su propio modo de proceder», como lo haría cualquier médico, y su hija se encontraba «irritada contra la enfermedad, el sufrimiento y la muerte», no por el dolor y la desesperación que causaban en su padre, sino «porque estorbaban su felicidad».
En el siguiente fragmento, situado al inicio del noveno capítulo, vuelve a aparecer esa indecisión antes mencionada entre el deseo de morir para acabar con el sufrimiento y la voluntad de vivir inherente a todo ser humano. Iván Ilich muestra completamente sus sentimientos, no solo al lector, sino también a las personas de su entorno, dado que rompe a llorar debido a la soledad, la impotencia y la crueldad de la gente y de un Dios ausente por el que se siente abandonado y al que le pregunta por qué le hace eso (refiriendose a la enfermedad y el dolor). Por primera vez surge la duda de si su modo de vida ha sido el correcto y manifiesta también una fuerte despersonalización al no identificarse con el niño que aparece al recordar los momentos felices de su infancia, así como cuando se refiere a su boda y a todos los inconvenientes que el matrimonio le ha supuesto como un desengaño. Es ahí cuando se da cuenta de que quizá vivir como los demás esperan no es lo que se debe hacer con la propia existencia y compara su vida con una cuesta abajo por la que parecía estar subiendo. Describe la vida como absurda y mezquina y, por ello, no comprende por qué debe morir.
De nuevo, Iván Ilich manifiesta en este fragmento una dicotomía, esta vez entre el desinterés y la necesidad de conocimiento acerca de su enfermedad, dos estados de ánimo que,a pesar de haber existido desde el inicio del problema, se hacían más y más intensos a medida que esta avanzaba. Vuelve a mencionarse esa «terrible» soledad de la que el protagonista huía escondiéndose en sus recuerdos del pasado (la niñera, el hermano, los juguetes…), los cuales consideraba «penosos» y desmerecedores de su atención, por lo que debía alejarse de ellos.
En esta cita aparece una nueva metáfora relativa a la velocidad a la que se va demacrando la vida de Iván Ilich, que se ve a sí mismo como una piedra que cae cada vez más rápido hacia un inevitable destino. No entendía la imposibilidad de la resistencia frente a él y de nuevo sustenta su duda en la posibilidad de no haber vivido como debía, aunque esta vez asegura que no ha sido así (el protagonista no abandona en ningún momento la duda acerca de cada aspecto de su vida).
Pasaban las semanas y los dolores de Iván Ilich, no solo los físicos, sino también los morales, que eran incluso peores que los primeros, le hacían apartar aún más de sí a su mujer y su hija, quienes se irritaban contra él al sentirse culpabilizadas y atormentadas, y es que realmente tenían buena parte de la culpa del estado del protagonista, cuyo dolor habría sido seguramente más llevadero de no haber tenido que sufrir la soledad que las actitudes de estas le habían hecho sentir. Iván Ilich les asegura que pronto se librarán de él. En este momento cambia de parecer hacia una posición totalmente contraria, comenzado a creer que todo lo que había vivido era «fraudulento» e imposible de defender.
A pesar de los pequeños destellos de esperanza que aparecen en su vida, cuando estos se van el sufrimiento aumenta más y más, llegando a generarle, incluso, nuevos síntomas (dolor punzante, sensación de ahogo…) que le hacen sentir aún más rabia y que le llevan a terminar expulsando a gritos a su mujer de la habitación («¡Vete de aquí, vete! ¡Déjame solo!»).
El último capítulo resume los últimos tres días de la vida de Iván Ilich, los cuales se pasa aullando de dolor de manera ininterrumpida, con muchas dudas aún sin resolver.
Finalmente, en este fragmento podemos apreciar otra metáfora empleada por Tolstói para explicar el duro golpe que para Iván Ilich supone comenzar a dudar sobre su modo de vida justo al final de esta, en lo que se enfatiza en las líneas siguientes cuando este se dice a sí mismo «sí, no todo fue como debía ser. (…) ¿pero cómo debía ser?».
Ya en los últimos instantes de su vida, el protagonista siente un beso en la mano que había llegado por parte de su hijo. Iván Ilich muetra un sentimiento de compasión hacia él y Praskovya Fyodorovna y pretende disculparse, pero su dolor no le permite prácticamente articular palabra, por lo que termina confundiéndose al querer manifestar sus disculpas.
La obra finaliza con la muerte de Iván Ilich, quien, a partir de ese momento, ve una luz que aparece de manera simultánea a la llegada de la alegría y la desaparición del temor y el sufrimiento. En las últimas líneas, él mismo asegura que era «el fin de la muerte», que ya no existía la muerte.
Aquí ponemos punto y final al análisis de diversos fragmentos de una obra cuyo contenido es tan amplio que es imposible de desgranar en su totalidad, pero que espero haber podido explicar al lector con la mayor claridad posible. Como bien hemos podido ver, La muerte de Iván Ilich refleja a la perfección los sentimientos, no solo de un enfermo terminal, sino también de un hombre que, en esta situación, no recibe el apoyo de sus seres cercanos, que de hecho lo desprecian en varias ocasiones. El sentimiento de empatía hacia el enfermo que genera la historia en casi todo momento es lo que ha llevado a las universidades españolas a acercar a sus estudiantes de medicina a esta novela, que seguro les proporcionará gran ayuda a la hora de comprender los sentimientos de sus pacientes futuros. Dejo disponible el enlace a una noticia acerca de esta curiosidad por si el lector quisiese indagar más en el tema. Otro de los temas que aborda el texto es la preocupación que muchas veces sentimos los humanos por ser aceptados por la sociedad. En el caso de Iván Ilich, este sentimiento giraba en torno a las clases más altas, un tema que Tolstói toca en algunos de sus cuentos,como ¿Cuánta tierra necesita un hombre?, en el que se trata también la peligrosidad de la avaricia, que es lo que lleva al protagonista de la obra analizada a vivir por encima de sus posibilidades.
También es asunto importante la búsqueda de la felicidad a lo largo de la vida de Iván Ilich, que la lleva a cabo haciendo aquello que era “considerado correcto” en lugar de vivir como él realmente hubiera querido. Esta ansia por “ser feliz” la encontramos también en La camisa del hombre feliz, otro cuento en el que Tolstói relata la historia de un hombre que, también enfermo, cree necesitar la camisa de un hombre que viva con felicidad plena para poder hacer él lo mismo, pero que recibe una dura lección cuando es informado de que el hombre feliz no tiene camisa. De nuevo aparece el tópico de la avaricia acompañado de algo que Tolstói deja claro en muchas de sus obras: la felicidad constante es imposible de alcanzar. Este es uno de los temas estrella del escritor ruso, que hace ver cómo ningún ser humano puede huir por completo de sentimientos que consideramos desagradables, como la ira, la tristeza o el miedo, pero que al fin y al cabo son necesarios en la vida, tanto para poder comprender y disfrutar aquellos que entendemos como “positivos” (la alegría, la euforia…) como para ser conscientes de que no todo puede salir siempre como esperamos o deseamos.
Así pues, todas las obras de León Tolstói comparten entre sí algún elemento o enseñanza común, debido a su intención moralizante, algo que he podido comprobar al leer varios de sus cuentos, como Jodynka, El origen del mal, El poder de la infancia o El perro muerto, además de los que he mencionado, y en cuyo conocimiento seguiré adentrándome leyendo cada vez más obras de este, cuanto menos, interesante autor, cuyo pensamiento me ha parecido profundo hasta niveles incomprensibles y, al mismo tiempo, admirables.
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